Cómo opera la contranostalgia

Escuchar mi idioma por la calle parece una atrocidad. A veces no entiendo cómo el italiano no es idioma universal. 


Llegar al mercadito de la esquina y tener que hacer un esfuerzo para decir buenos días. Que resuene en la memoria la frase buona giornata al salir. 


Caminar por la calle y pensar en mis amigos al otro lado del mundo hablando en italiano todo el tiempo.


Ir al supermercado y no encontrar burrata ni gorgonzola, ni pasta de pistacchio. Nostalgia la passata, el pesto en frasco. 


Comprar una plancha de sorrentinos y fantasear con que allá existan. Creer ilusoriamente que eso es lo único que faltar para hacer de aquél lugar el sitio perfecto. 


Entrar en las casas y notar que no hay radiadores gigantes. Que los secaplatos también pueden ir apoyados arriba de la mesada y no a la altura de la cabeza escondidos en la alacena. 


[Que los fideos son fideos y nada más.] 


Sentir que haya cosas que solo puedo decir en italiano, porque en ese lenguaje no me siento tan juzgada; tampoco conocida, ni familiar, ni cercana. Y que tal vez justamente por eso, puedo decirlas.


Cuando las eyes, las eses, las eñes de mi idioma se me trastabillan y digo settimana en vez de semana. 


Preparar una pasta carbonara. Tener anotadas en un libro las recetas italianas: tiramusú: separar las claras de las yemas. Batir las yemas a blanco con azúcar. Las claras, a nieve. Incorporar el mascarpone a las claras. Luego las yemas. Mojar las saboiarde en café, no del todo. Disponer en capas i biscotti e la crema. Espolvorear con cacao.

Hundir la cuchara y teletransportarse. 



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