Una once y un dos

 

“One of them says, 'Why did they do it?'
And the other answers, 'Because they could.'
That is the only answer there ever is.”
― Naomi Alderman, The Power




Llegué a Santiago de Chile sin esperar nada. No, mejor dicho: esperaba lo peor; esperaba la precariedad, el abandono, el aislamiento. Puro prejuzgandolo, así llegó Santiago a mi vida. Y ni bien me vio, me dio una cachetada en la cara. Y otra más.

Llegué en pleno invierno, después de haber atravesado la cordillera en un vuelo majestuoso de cóndor, un átomo con dos ojos viendo el cordón desde arriba como si fuese una maqueta escolar, montañas empolvadas de talco, montañas como esos manteles calados en la casa de la abuela.

Llegué arrastrada y arrastrada me volví. Pero en el medio, me deslicé y floté, temblé, bailé sola a veces y acompañada otras, volví a temblar, y me hundí, comí, mucho, amé, más, abracé, sentí, saboree, olí, descubrí, temblé, en la calle esta vez, descubrí, corrí, cavé y enterré, vacilé, encontré, reencontré, busqué sin buscar, pedalée, tenté, contemplé, grité al viento y solté, agarrándome con fuerza, solté y me rompí. 


***


F fue mi amiga, pero tenía también esa cosa especial que tienen las madres o las abuelas; la forma de hablarme en esa melodía tan dulce y suave y tan diferente a mi lengua rehílada, a mi yehísmo crispado, a mi forma de concatenar las palabras impetuosamente. Me miraba entrecerrando un poco los ojos y haciendo una sonrisa como de monalisa; apretaba bien los labios y se le hacían unos agujeritos en los cachetes en donde se me colgaban los ojos por horas y horas.

F me miraba y no sé qué impresión le daba yo, si de argentina cuica o de argentina desterrada o de argentina atolondrada.

F fue mi jefa, trabajábamos en un instituto de enseñanza de inglés. Un trabajo de media jornada en el que, a cambio de un salario mínimo, me enojaba y me frustraba, más de uno me tanteaba a ver esta argentina quién chuta se piensa que e, esta ueona .


Pero era mío, en un país que no era el mío y que no se le parecía en nada.


Mi primera vez lejos de mi país. 


Me fui de Chile queriendo volver y pensando, convencidísima de mí misma, que lo iba a hacer. Claro que el destino casi siempre tiene la graciosa habilidad de adelantarse corriendo y frenar en la esquina, desde donde me mira sacándome la lengua. 

Volví a cruzar los Andes y volví otra vez a ver ese mantelito calado pero esta vez más blanco que marrón, cubierto de tacitas con flores y pancito recién horneado para tomar la once. Y las montañas, muertas de frío y de miedo, apretaban bien los dientes por el arrepentimiento y la bronca y un desarraigo expatriado rara vez visto.

El día que fui a la oficina de F para presentar mi renuncia, le dejé el libro con tapa roja brillante, con la palabra POWER en letras grandes y la silueta de una mujer en negro metida entre los rayos de un superpoder o podría haber sido un sol que asomaba o se escondía en el horizonte. Ella me miró y con su sonrisa de monalisa me entendió sin que yo tuviera que decirle mucho más. 

El libro seguirá en Chile, supongo, espero. Espero, escribo de vuelta, por si algún día decido voltear la mirada y regresar a buscarlo.


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